El amor es clave de la santidad, y por tanto, de una vida plenamente humana.
Resuena estos días un eco de resonancias mundiales y que habla de testimonios de santidad. No es sólo la vida de la Iglesia la que se ve enriquecida con dos nuevos santos: Juan Pablo II y Juan XXIII, sino que también es una riqueza para el mundo entero, pues gozan de cierta ejemplaridad, como modelos concretos de cómo ser plena y verdaderamente humanos. Veamos algo de cada uno de ellos.
Forma parte de la memoria colectiva chilena la potente frase de Juan Pablo II en el Parque O’Higgins esa tarde del 1987 de “El amor es más fuerte”. Con su visita a Chile, con sus gestos y palabras confirmaba cuál esel verdadero motor de la vida humana: el amor. Y si hoy, 27 años después, cuando se le ha declarado santo, repensamos lo que quiso transmitir, su mensajese hace presentede nuevo: Sólo la fuerza del amor y del perdón permite construir algo sólido y estable, mientras que su contrario, precisamente porque se basa en la desconfianza y el odio, genera desunión y destrucción.
Karol Wojtyla no tuvo una vida fácil. En su juventud vio su país invadido y en guerra, también presenció el cierre de su Universidad, trabajó duramente en una cantera, a los 20 años perdió a su padre, único familiar que le quedaba, hubo de estudiar a escondidas para ser sacerdote, y luego ejerció su ministerio en un régimen político contrario, ateo comunista. Y, sin embargo, a pesar de todas estas dificultades, fue un hombre que irradiaba alegría y profunda paz interior, que atraía a cuantos se le acercaban porque de él emanaba un encanto especial que le hacía ser tan amado. Y todo esto porque descubrió en el amor la clave de la felicidad. Él mismo, en uno de sus últimos escritos, afirmó “el amor me lo ha enseñado todo”. El amor da valor a una vida y la transforma. El que se sabe amado por lo que es, tiene la certeza y la fuerza de amar a quienes lo rodean. El amor no hace cálculos sino que se entrega total y generosamente por el bien de la persona amada. La fuente de ese amor total la encontró en Jesucristo, el RedemptorHominis –el Redentor del Hombre, como llamó a su primera encíclica-, que hizo suyas las miserias y pecados de cada persona y las elevó hasta Dios, dándoles su misma vida divina, y la capacidad, por tanto, de amar como Dios ama.
Por eso hizo vida lo que predicaS. Juan de la Cruz de poner amor donde no lo hay, porque sólo de esa manera, puede brotar amor. Aunque difícil, no lo es tanto para quien, como él, se alimentó de la fuente misma del amor. Por eso la verdadera clave de su vida fue su amor a Dios, como respuesta al amor primero de Dios por él, cosa quesupo entregar y traducir en un amor a cada hombre, hasta el final.
Así, pues, lo que quiso regalarnos Juan Pablo con esta frase no es otra cosa que su testamento, que es el de los santos: el amor.
Aunque Juan XXIII nunca visitó Chile, su influencia también llegó aquí. Su docilidad al Espíritu Santo le llevó a convocar un Concilio con el objetivo de renovar la Iglesia desde la fidelidad a lo esencial: El Concilio Vaticano II. Y sus conclusiones se aplicaron en todo el mundo, también aquí. Sabemos que era ya muy mayor y sin embargo, Juan XXIII se lanzó a la aventura de convocar un Concilio, y lo hizo porque no tenía miedo, y no temía porque amaba mucho, pues el amor vence temores y miedos. De nuevo el amor fue la clave de su vida, como lo fue de la de Juan Pablo II. Porque el amor es la clave de la santidad, y por tanto, de una vida plenamente humana.
Esta gran verdad la confirma nuestro patrón Tomás de Aquino al definir que la santidad o perfección de la vida cristiana consiste esencialmente “en la caridad: principalmente en el amor a Dios y secundariamente en el amor al prójimo” (Suma Teológica, II-IIa, q. 184, a. 3, in c). Por eso las obras de amor a los demás son manifestación de una vivencia profunda y personal del amor:
Quien ama y se deja amar por Dios, ama a sus hermanos incluso hasta dar la vida por ellos. Una vida es tanto más plena cuanto más amor entrega. Esa es la gran lección de todos los santos: la del amor, la de la entrega, la de la valentía por amor a la verdad.
Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad
Resuena estos días un eco de resonancias mundiales y que habla de testimonios de santidad. No es sólo la vida de la Iglesia la que se ve enriquecida con dos nuevos santos: Juan Pablo II y Juan XXIII, sino que también es una riqueza para el mundo entero, pues gozan de cierta ejemplaridad, como modelos concretos de cómo ser plena y verdaderamente humanos. Veamos algo de cada uno de ellos.
Forma parte de la memoria colectiva chilena la potente frase de Juan Pablo II en el Parque O’Higgins esa tarde del 1987 de “El amor es más fuerte”. Con su visita a Chile, con sus gestos y palabras confirmaba cuál esel verdadero motor de la vida humana: el amor. Y si hoy, 27 años después, cuando se le ha declarado santo, repensamos lo que quiso transmitir, su mensajese hace presentede nuevo: Sólo la fuerza del amor y del perdón permite construir algo sólido y estable, mientras que su contrario, precisamente porque se basa en la desconfianza y el odio, genera desunión y destrucción.
Karol Wojtyla no tuvo una vida fácil. En su juventud vio su país invadido y en guerra, también presenció el cierre de su Universidad, trabajó duramente en una cantera, a los 20 años perdió a su padre, único familiar que le quedaba, hubo de estudiar a escondidas para ser sacerdote, y luego ejerció su ministerio en un régimen político contrario, ateo comunista. Y, sin embargo, a pesar de todas estas dificultades, fue un hombre que irradiaba alegría y profunda paz interior, que atraía a cuantos se le acercaban porque de él emanaba un encanto especial que le hacía ser tan amado. Y todo esto porque descubrió en el amor la clave de la felicidad. Él mismo, en uno de sus últimos escritos, afirmó “el amor me lo ha enseñado todo”. El amor da valor a una vida y la transforma. El que se sabe amado por lo que es, tiene la certeza y la fuerza de amar a quienes lo rodean. El amor no hace cálculos sino que se entrega total y generosamente por el bien de la persona amada. La fuente de ese amor total la encontró en Jesucristo, el RedemptorHominis –el Redentor del Hombre, como llamó a su primera encíclica-, que hizo suyas las miserias y pecados de cada persona y las elevó hasta Dios, dándoles su misma vida divina, y la capacidad, por tanto, de amar como Dios ama.
Por eso hizo vida lo que predicaS. Juan de la Cruz de poner amor donde no lo hay, porque sólo de esa manera, puede brotar amor. Aunque difícil, no lo es tanto para quien, como él, se alimentó de la fuente misma del amor. Por eso la verdadera clave de su vida fue su amor a Dios, como respuesta al amor primero de Dios por él, cosa quesupo entregar y traducir en un amor a cada hombre, hasta el final.
Así, pues, lo que quiso regalarnos Juan Pablo con esta frase no es otra cosa que su testamento, que es el de los santos: el amor.
Aunque Juan XXIII nunca visitó Chile, su influencia también llegó aquí. Su docilidad al Espíritu Santo le llevó a convocar un Concilio con el objetivo de renovar la Iglesia desde la fidelidad a lo esencial: El Concilio Vaticano II. Y sus conclusiones se aplicaron en todo el mundo, también aquí. Sabemos que era ya muy mayor y sin embargo, Juan XXIII se lanzó a la aventura de convocar un Concilio, y lo hizo porque no tenía miedo, y no temía porque amaba mucho, pues el amor vence temores y miedos. De nuevo el amor fue la clave de su vida, como lo fue de la de Juan Pablo II. Porque el amor es la clave de la santidad, y por tanto, de una vida plenamente humana.
Esta gran verdad la confirma nuestro patrón Tomás de Aquino al definir que la santidad o perfección de la vida cristiana consiste esencialmente “en la caridad: principalmente en el amor a Dios y secundariamente en el amor al prójimo” (Suma Teológica, II-IIa, q. 184, a. 3, in c). Por eso las obras de amor a los demás son manifestación de una vivencia profunda y personal del amor:
Quien ama y se deja amar por Dios, ama a sus hermanos incluso hasta dar la vida por ellos. Una vida es tanto más plena cuanto más amor entrega. Esa es la gran lección de todos los santos: la del amor, la de la entrega, la de la valentía por amor a la verdad.
Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad