Mística de Exigencia
La Exigencia es planteada desde el interior del sujeto como una forma de hacer progresar al hombre en su proyecto como persona, desde lo más rico, desde lo más positivo que hay en él. Su pretensión no es otra que hacer sacar al joven aquellos valores profundos que lleva dentro, impulsándole siempre de acuerdo a su capacidad hacia lo máximo. En el corazón de la pedagogía del P. Morales se encuentra la exigencia y lo refleja en esta frase “educar es exigir, pero exigir amando”.
La forma como surge esta idea de la exigencia en él, fue a partir de una frase que encontró en la obra de Timon David, “Patronatos de la Juventud”. En ella leyó: “A los jóvenes si se les pide poco no dan nada, si se les pide mucho dan más”. Confiesa que al principio le sorprendió la frase y no la creyó del todo. Más tarde, pudo comprobar la exactitud con que se cumplía entre los jóvenes. Por los resultados de la experiencia se decidió a caminar, sin miedo, por el camino de la exigencia. El ambiente de exigencia cristalizó en todas las actividades.
A lo largo de varios años pudo observar distintas reacciones ante la exigencia: unos, los mejores, se estimulaban más con las dificultades que debían vencer. Con sencillez reconocían sus fallos y trataban de superarse. Otros, en cambio, “traicionados por la dejadez o el orgullo”, diciendo: “esto no es para mi”, retornaban a su vida mediocre. Por último, estaban los que ni siquiera tenían el valor y decisión de marcharse del grupo y se quedaban dentro echando la culpa al sistema de sus propios fallos.
Con realismo, el P. Morales llega a observar tres estadios en el educando que comienza el camino de la exigencia.
El educador para exigir, necesita dos cosas: Primero, tener la idea clara de que es necesario contradecir a los educandos, no por el gusto de hacerles sufrir sino, para que experimenten la alegría que brota en el corazón al triunfar de sus instintos, al entregarse generosamente a los demás. Pero como la idea clara no basta, Segundo, necesita poseer la firmeza de carácter necesaria para reducir esa idea a la práctica, por encima de los desalientos y contradicciones, de críticas y murmuraciones. Los propósitos que debe hacerse al actuar son: “no dejarse llevar nunca de las primeras impresiones” – que serán siempre desalentadoras – y exigirse siempre a sí mismo. A veces tememos exigir porque carecemos de valor para exigirnos a nosotros mismos. El educador además de exigir debe enseñar al educando a exigir, descubriéndole el valor de dar disgustos y llevárselos; pues el verdadero amigo es el que corrige aunque él mismo pase un mal rato.
¿Cómo lograr que en los jóvenes brote el impulso de ser exigidos?, el P. Morales nos cuenta que lo logró metiéndoles un “gran ideal” en el corazón, haciéndoles amar el sacrificio.
Una nota característica que posee esta exigencia y es que está siempre en función del hombre. No se trata de exigir por exigir. Tiene siempre un por qué y, sobretodo, debe ser siempre amorosa. El educador se ha de persuadir de que la exigencia sin amor es insoportable, pero el amor sin exigencia es rechazable, porque no educa. El que ama pide heroísmo a sus educandos y lo alcanza. Pero, porque ama nunca exige un heroísmo por encima de las fuerzas del otro.
Por esto es importante que el formador no sólo exija mucho, sino que sepa hacerlo, porque - como explica el P. Morales – un alma, especialmente la moderna, no debe sentirse nunca asediada sino amada y respetada.
Si él impregna su pedagogía de exigencia es porque cree en la juventud, en sus posibilidades, en que “está hecha para el heroísmo y no para el placer”. Cree que los jóvenes están esperando que se les eduque en la exigencia amorosa. Están cansados de la cobardía y de la comodidad de la mayoría de los adultos que se justifican diciendo que la juventud no tiene remedio, siente la necesidad de educadores que les exijan para dar todo lo que tienen.
Además de lo anterior, tiene otra razón para exigir y ésta es la experiencia constante de todo esfuerzo que engendra alegría, una alegría que impulsa a continuarlo. El joven se anima a vencerse, a sacrificarse por otros, porque sabe que el resultado final es la alegría más íntima. Entonces, empieza a cumplir con su deber con una fuerza interna que le impulsa, que es la que durará siempre y le mantendrá en línea cuando avance sólo por la vida.
La forma como surge esta idea de la exigencia en él, fue a partir de una frase que encontró en la obra de Timon David, “Patronatos de la Juventud”. En ella leyó: “A los jóvenes si se les pide poco no dan nada, si se les pide mucho dan más”. Confiesa que al principio le sorprendió la frase y no la creyó del todo. Más tarde, pudo comprobar la exactitud con que se cumplía entre los jóvenes. Por los resultados de la experiencia se decidió a caminar, sin miedo, por el camino de la exigencia. El ambiente de exigencia cristalizó en todas las actividades.
A lo largo de varios años pudo observar distintas reacciones ante la exigencia: unos, los mejores, se estimulaban más con las dificultades que debían vencer. Con sencillez reconocían sus fallos y trataban de superarse. Otros, en cambio, “traicionados por la dejadez o el orgullo”, diciendo: “esto no es para mi”, retornaban a su vida mediocre. Por último, estaban los que ni siquiera tenían el valor y decisión de marcharse del grupo y se quedaban dentro echando la culpa al sistema de sus propios fallos.
Con realismo, el P. Morales llega a observar tres estadios en el educando que comienza el camino de la exigencia.
- Un primer estadio en el que el joven actúa por un móvil rastrero “porque si no lo hago me fastidian”- llegando, quizá a la hipocresía: “lo hago si me ven, para eludir la corrección”. Estas dos razones, la ruindad del móvil inicial y el peligro de la hipocresía, consideran que invitan al formador a ayudar a superar ese estadio previo indispensable para empezar a educar.
- El segundo estadio en el que el joven actúa por móviles más puros que el temor al castigo o la esperanza del premio, actúa por convicción, por “cumplir con su deber”.
- El tercer estadio es aquí donde el joven hace las cosas por amor a Dios, es decir; para cumplir su fin trascendente: “alabar y servir a Dios”. Un educador inteligente, explica, se da cuenta que no todos son susceptibles de ascender al plano superior, pero con aquellos que son capaces debe “multiplicar razones al mismo tiempo humanas, patrióticas, religiosas, para crear un clima adecuado en el educando que le permita actuar por móviles superiores”. Esto le supone una paciencia invicta y es por aquí, por donde considera que falla la mayoría. Un hecho alentador que pudo comprobar, es que el joven que “lleva algo por dentro” ante la exigencia crece en lugar de desalentarse.
El educador para exigir, necesita dos cosas: Primero, tener la idea clara de que es necesario contradecir a los educandos, no por el gusto de hacerles sufrir sino, para que experimenten la alegría que brota en el corazón al triunfar de sus instintos, al entregarse generosamente a los demás. Pero como la idea clara no basta, Segundo, necesita poseer la firmeza de carácter necesaria para reducir esa idea a la práctica, por encima de los desalientos y contradicciones, de críticas y murmuraciones. Los propósitos que debe hacerse al actuar son: “no dejarse llevar nunca de las primeras impresiones” – que serán siempre desalentadoras – y exigirse siempre a sí mismo. A veces tememos exigir porque carecemos de valor para exigirnos a nosotros mismos. El educador además de exigir debe enseñar al educando a exigir, descubriéndole el valor de dar disgustos y llevárselos; pues el verdadero amigo es el que corrige aunque él mismo pase un mal rato.
¿Cómo lograr que en los jóvenes brote el impulso de ser exigidos?, el P. Morales nos cuenta que lo logró metiéndoles un “gran ideal” en el corazón, haciéndoles amar el sacrificio.
Una nota característica que posee esta exigencia y es que está siempre en función del hombre. No se trata de exigir por exigir. Tiene siempre un por qué y, sobretodo, debe ser siempre amorosa. El educador se ha de persuadir de que la exigencia sin amor es insoportable, pero el amor sin exigencia es rechazable, porque no educa. El que ama pide heroísmo a sus educandos y lo alcanza. Pero, porque ama nunca exige un heroísmo por encima de las fuerzas del otro.
Por esto es importante que el formador no sólo exija mucho, sino que sepa hacerlo, porque - como explica el P. Morales – un alma, especialmente la moderna, no debe sentirse nunca asediada sino amada y respetada.
Si él impregna su pedagogía de exigencia es porque cree en la juventud, en sus posibilidades, en que “está hecha para el heroísmo y no para el placer”. Cree que los jóvenes están esperando que se les eduque en la exigencia amorosa. Están cansados de la cobardía y de la comodidad de la mayoría de los adultos que se justifican diciendo que la juventud no tiene remedio, siente la necesidad de educadores que les exijan para dar todo lo que tienen.
Además de lo anterior, tiene otra razón para exigir y ésta es la experiencia constante de todo esfuerzo que engendra alegría, una alegría que impulsa a continuarlo. El joven se anima a vencerse, a sacrificarse por otros, porque sabe que el resultado final es la alegría más íntima. Entonces, empieza a cumplir con su deber con una fuerza interna que le impulsa, que es la que durará siempre y le mantendrá en línea cuando avance sólo por la vida.