Cultivo a la Reflexión
Es el tercero de los puntos cardinales. Su necesidad parte de la idea, que la juventud está pérdida, porque sus educadores no la obligan a reflexionar. La vida de hoy arrastra al joven desde niño a vivir fuera de sí. Cine, radio, televisión, etc., al aminorar su reflexión le hacen superficial y al mismo tiempo débil de carácter, blando de voluntad e inconstante.
El ambiente circundante, dice el P. Morales, nos despersonaliza. Vivimos sometidos a un auténtico despotismo intelectual más temible que las dictaduras políticas. Sistemático e insinuante; nos asedia a todas horas. Nos tiraniza, hace jirones nuestra personalidad. Destroza lo más noble y sagrado que existe en el mundo.
Este despotismo intelectual que se disfraza con caretas de libertad, democracia, progreso, reduce la persona a individuo. El cultivo de la reflexión anula esta acción despersonalizadora.
La tarea del educador consistirá en inculcar al joven una fidelidad inquebrantable a sus propias convicciones, en insistir en el esfuerzo que debe hacer para adquirir una personalidad, para darle una espina dorsal que le permita moverse con facilidad.
Adquirir la propia personalidad es la condición indispensable para llegar a ser capaz de un compromiso responsable, porque comprometerse, es exactamente lo contrario de la sumisión masiva a las manipulaciones.
Esta tarea es difícil y a veces desalentadora, porque muchas veces le parece al educador que está perdiendo el tiempo, pues se da cuenta de que el ambiente se encarga de borrar, enseguida, las ideas que con tanto trabajo trata de introducir. Otra tentación que puede asaltar al educador que intenta cultivar la reflexión, es creer que tiene que estar diciendo siempre cosas nuevas, para que el interés no decaiga. El P. Morales piensa que esta idea equivocada es la causa de que muchos movimientos sean estériles y de que algunos procedimientos educativos carezcan de vigor.
La forma como se enseña a reflexionar a los jóvenes tiene tres fases. PRIMERO: se hace pensar a todos los asistentes mediante la observación directa del ambiente: familia, empresa, barrio, ciudad, etc. SEGUNDO: se les lleva a enjuiciar la forma de pensar y vivir de cuantos los rodean a la luz de la razón, de la historia, y del evangelio. POR ÚLTIMO: se les hace descubrir los procedimientos para transformar la realidad entre sus compañeros o familiares y se les lanza a la acción.
La reflexión se cultiva en asambleas, grupos de estudio, jornadas, charlas de formación; todos estos vienen a ser una especie de cooperativa de ideas para la acción. El ambiente en ellos les obliga suavemente a pensar. Desde un primer momento se les convence de que “la asamblea soy yo”. Por lo tanto: todos deben colaborar para convertir la asamblea o círculo en lo que debe ser; una reunión de jóvenes enamorados, de un ideal que hablan de él con ardor, con calor, con celo de que se extienda a otros. Una reunión en la que mi aportación enriquezca siempre.
El que dirige estas reuniones se ve beneficiado porque se coloca ante la realidad de la vida y la conoce de primera mano pues, son los mismos que la viven quiénes se la cuentan. También se beneficia porque le enseña a descubrir un material humano hasta entonces inédito. Se da cuenta de las cualidades de sus muchachos: buen juicio, equilibrio, iniciativas.... y lo mejor, descubre aquellos que tienen carácter recio y heroico y que son capaces de vivir lo que piensan.
Las asambleas y reuniones, siempre han de ser pistas de despegue para la acción. La reflexión lleva no sólo a constatar sin ilusiones la realidad, sino a transformarla con valentía y decisión. Por eso, el joven ha de dedicarse a fondo a formarse mediante el estudio y la lectura, para adquirir convicciones, pero sobretodo deberá propagar y defender esas ideas con la vida.
El ambiente circundante, dice el P. Morales, nos despersonaliza. Vivimos sometidos a un auténtico despotismo intelectual más temible que las dictaduras políticas. Sistemático e insinuante; nos asedia a todas horas. Nos tiraniza, hace jirones nuestra personalidad. Destroza lo más noble y sagrado que existe en el mundo.
Este despotismo intelectual que se disfraza con caretas de libertad, democracia, progreso, reduce la persona a individuo. El cultivo de la reflexión anula esta acción despersonalizadora.
La tarea del educador consistirá en inculcar al joven una fidelidad inquebrantable a sus propias convicciones, en insistir en el esfuerzo que debe hacer para adquirir una personalidad, para darle una espina dorsal que le permita moverse con facilidad.
Adquirir la propia personalidad es la condición indispensable para llegar a ser capaz de un compromiso responsable, porque comprometerse, es exactamente lo contrario de la sumisión masiva a las manipulaciones.
Esta tarea es difícil y a veces desalentadora, porque muchas veces le parece al educador que está perdiendo el tiempo, pues se da cuenta de que el ambiente se encarga de borrar, enseguida, las ideas que con tanto trabajo trata de introducir. Otra tentación que puede asaltar al educador que intenta cultivar la reflexión, es creer que tiene que estar diciendo siempre cosas nuevas, para que el interés no decaiga. El P. Morales piensa que esta idea equivocada es la causa de que muchos movimientos sean estériles y de que algunos procedimientos educativos carezcan de vigor.
La forma como se enseña a reflexionar a los jóvenes tiene tres fases. PRIMERO: se hace pensar a todos los asistentes mediante la observación directa del ambiente: familia, empresa, barrio, ciudad, etc. SEGUNDO: se les lleva a enjuiciar la forma de pensar y vivir de cuantos los rodean a la luz de la razón, de la historia, y del evangelio. POR ÚLTIMO: se les hace descubrir los procedimientos para transformar la realidad entre sus compañeros o familiares y se les lanza a la acción.
La reflexión se cultiva en asambleas, grupos de estudio, jornadas, charlas de formación; todos estos vienen a ser una especie de cooperativa de ideas para la acción. El ambiente en ellos les obliga suavemente a pensar. Desde un primer momento se les convence de que “la asamblea soy yo”. Por lo tanto: todos deben colaborar para convertir la asamblea o círculo en lo que debe ser; una reunión de jóvenes enamorados, de un ideal que hablan de él con ardor, con calor, con celo de que se extienda a otros. Una reunión en la que mi aportación enriquezca siempre.
El que dirige estas reuniones se ve beneficiado porque se coloca ante la realidad de la vida y la conoce de primera mano pues, son los mismos que la viven quiénes se la cuentan. También se beneficia porque le enseña a descubrir un material humano hasta entonces inédito. Se da cuenta de las cualidades de sus muchachos: buen juicio, equilibrio, iniciativas.... y lo mejor, descubre aquellos que tienen carácter recio y heroico y que son capaces de vivir lo que piensan.
Las asambleas y reuniones, siempre han de ser pistas de despegue para la acción. La reflexión lleva no sólo a constatar sin ilusiones la realidad, sino a transformarla con valentía y decisión. Por eso, el joven ha de dedicarse a fondo a formarse mediante el estudio y la lectura, para adquirir convicciones, pero sobretodo deberá propagar y defender esas ideas con la vida.